sábado, 4 de agosto de 2012

Capitulo uno

El principio del fin


Amreil bulle de actividad, sus calles estrechas y empinadas atestadas de gente, revelan la hiperactividad de compradores y vendedores, de contratantes y empleados, servicios de todo tipo se ofrecen en los callejones donde la luz del sol esconde las caras de ambas partes del trato.
Deslizándose entre la marea de personas, Atha camina como una más, aparentando estar interesada en los productos, acercándose a los ruidosos compradores, extendiendo sus delgados dedos en sus bolsas y arrebatándoles suficientes monedas para hacer una pequeña riqueza sin que noten la falta de las monedas. El sol aún no se había puesto sobre la Torre del Guardia, donde se encontraba el dirigente de la ciudad independiente de Amreil, así que tenía tiempo para comprar un par de cosas antes de su cita.
Amreil era conocida por ser una ciudad de vagabundos y gente sin hogar, de Bastardos que habían conseguido escapar de sus cadenas de servidumbre. Si no fuera por el gran número de los mismos que se encontraban en el mismo sitio, probablemente hubieran sido capturados y convertidos en mano de obra de alguna de las razas Nobles.
Aún con todas las medidas tomadas hasta el momento, ninguna ciudad por fuerte que fuera podía defenderse del poder de los seres Nobles, o al menos no de todos ellos.
Amreil estaba construida lejos de los ríos y las costas, en las llanuras del noroeste, donde el agua corría subterránea y la humedad y las nubes impedían el paso de la luz y el calor del sol. Pero incluso eliminando esas tres fuerzas de alrededor era una ciudad en sombras, en la que caían las noches, por las que corrían las corrientes de aire, aposentada sobre la tierra. Si ningún poder sagrado protegía a estas razas bastardas, solo quedaban ellos mismos para hacerlo.
La mayoría de los habitantes de la ciudad eran humanos, la Raza Estéril, los llamaban los nobles por su ineptitud para la magia. Su mezcla de sangres de elementos incompatibles entre sí los había relegado al lugar de la raza más inútil, según los nobles. Sus cuerpos incapaces de armonizarse con las esencias que componen el mundo los hacía renunciar a un don al que el resto de razas accedían en mayor o menor medida.
 Pero también en su impermeabilidad a estos eventos radicaba su fuerza. Mientras que otras razas sufrían diferentes maldiciones contraídas por la sangre del Padre que corre por sus venas, los humanos no parecían haber desarrollado tara alguna que les impidiera llevar una vida normal.


Pasado mediodía  con sus bolsas un poco más vacías y sus brazos más cargados de sus nuevas propiedades Atha entró en la Torre del Guardián, su figura revelaba su naturaleza no humana, su altura superior a la de muchos hombres, sus ojos de color esmeralda, su piel de un ligero tono verdoso, sus  rígidos cabellos castaños, la ligera curvatura antinatural de sus largas y esbeltas piernas y sus níveos labios la hacían llamativa como mínimo.
Por suerte el conocimiento de las particularidades de las razas estaba bastante extendido, entrar en conflicto con alguien sin saber hasta que punto podía manejar de manera instintiva los elementos era peligroso.
Ella era una Silve, ni era de las razas bastardas ni de los nobles, pertenecía a los elementales, especies cuya mezcla de sangres había dado lugar a nuevas facetas de poder, y con suficiente del mismo para que los nobles los consideraran casi iguales.
Sabía a donde tenia que ir, solo tenía que seguir su olfato, subió por la amplias escaleras de piedra, cruzo un par de pasillos, hasta llegar al anexo en el que se encontraba Yumen, y por el olor, estaba claro que estaba cumpliendo sus “obligaciones” como diplomático con una elfa. Le dejaría terminar, por esta vez.


-Me has hecho esperar, Yumen- Comenzó airada Atha una hora más tarde de lo previsto
-Disculpe, mi señora, pero ante su tardanza supuse que habría decidido postergar esta visita así que retome las últimas ordenes que se me comunicaron.
-Esta bien, esta bien ¿Qué tal van entonces las negociaciones con los elfos?
-No creo que opongan algún tipo de oposición a la apertura de las rutas comerciales que cruzan sus bosques, ni a la construcción de la capilla en su ciudad, de hecho Nilia hará su mejor esfuerzo para encontrar familias apropiadas para nuestras novicias
-¿A cambio de qué?
-Lo que era de esperar: protección contra los nobles por nuestra mera presencia y adiestramiento en nuestras artes.
-No me gusta que sean tan estudiosos, si estuvieran en equilibrio…
-Como nosotros, bueno, ellos son una rama de nuestra familia.
-¡Una raza bastarda!-Exclamó Atha que con un violento ademán abofeteo a Yumen- No te atrevas a interrumpirme jamás. ¿Por donde iba?... sí, ya me acuerdo, las ratas de biblioteca, supongo que ya saben que no les vamos a enseñar todo, así que es un buen trato.
-Si señora-Respondió Yumen manteniendo la cabeza alta y la mirada al frente, sin  gesto de dolor alguno.
-¿Has seducido ya al humano?
-No señora, al parecer esta bastante convencido de sus ideales, pero poco a poco parece que sus capacidades de autocontrol disminuyen
-Era de esperar, no se como no se dan cuenta del aroma que desprendéis, pero la elfa era la prioridad ¿Por qué los machos sois tan poco útiles?
-Haré mayores esfuerzos de ahora en adelante, aunque lo cierto es que si el humano no hubiera olido el perfume para la elfa ahora él sería una presa más fácil de capturar.
-Estoy segura de que sí. Ahora compláceme para que no prescinda de ti, me hastía hablar contigo
-Si señora- Respondió Yumen mientras se acercaba a su ama y se volvía a desvestir.

 Tumbada sobre él no acababa de entender porque lo había hecho, ahora que estaba dormido se daba cuenta de que había utilizado sus dones sobre ella, pensó con una sonrisa que tal vez no fueran tan inútiles, después de todo.

Unas horas más tarde despertó y se encontró sola en la cama, una ligera cena la esperaba en una bandeja de plata en la mesilla de noche, y alguien se había molestado en arroparla. Cenó sumida en sus pensamientos, sobre su sociedad, sobre su posición, sobre la de los hombres de su raza, sobre Yumen…
Al terminar decidió que lo que la convenía era un baño para relajarse. Por un momento pensó en convocarlo, pero debía reservar su energía, hasta el siguiente Sacrificio de Primavera no podría recuperar su maná, y aún quedaban nueve largos meses para ello.
Aun tumbada en la bañera podía percibir el aroma de Yumen, aquellos que no pertenecían a su especie no podían percibirlo, pero sus efectos eran más que patentes, por ello eran excelentes embajadores.

Yumen vestido apropiadamente para la cena terminó de subir la escalinata hasta los aposentos de Geró, el dirigente de Amreil. Vestía un chaleco blanco con bordados de pan de oro sobre una camisa celeste que contrastaba con el tono verdoso de su especie, el castaño oscuro de su pelo corto solo hacia destacan aún más la alegría de los colores que lucía. Su complexión delgada y fibrosa, hacia que sus prendas, todas ellas ajustadas, permitiesen percibir la tensión de todos sus músculos en cada uno de sus movimientos, y por el brillo de sus ojos verdes, le gustaba ser admirado.
 El salón era una habitación con inmensos ventanales desde los que se podía ver toda la ciudad. Al tratarse de un varón Silve era incapaz de usar la magia, pero podía notar cómo se encontraba latente en el ambiente la energía. Hacia este pináculo se dirigían todas las esperanzas de los habitantes del bastión, todas las miradas cuando alguna sombra de duda se extendía entre la población. Geró era el humano que encarnaba toda esa voluntad de vivir de forma independiente. Lo que Yumen no entendía era el interés del Consejo en esta ciudad, no había nada que anhelaran en ella. Excepto vigilar a Geró y sus tropas.
El líder de los humanos se encontraba reunido con los otros dos embajadores que tenían residencia permanente en la ciudadela, Nilia, una elfa sensata que era poco más que una niña en los juegos de la seducción pero le resultaba atractiva al humano, y Rhemus, el embajador enano, herederos de la sangre de fuego, era inmune a la influencia del Silve. Yumen se consideraba a sí mismo una herramienta, sin emociones más allá de las que le tocaba aparentar, pero estaba realmente aliviado de que, ni siquiera por accidente, ese rechoncho y barbudo ser fuera a sentirse atraído por él.
Geró era un joven humano, bastante apuesto para su raza y las marcas que una fusta le había dejado a ambos lados de la cara en sus edades más tempranas. Por lo que el Silve sabía, el líder de Amreil, había sido esclavo de una Noble aerana. Los hijos del viento tenían un temperamento paralelo al de las corrientes de aire, y muchos se volvían locos por las emociones tan intensas que sentían. En este caso ella se debió sentir tan disgustada que la tomo con el bebé de sus siervos. Geró nunca conoció a sus padres, y siendo los aeranos como son, puede que estén vivos, o no. Creció y se convirtió en un líder marcado, musculoso pero ágil, que viajaba como parte de un circo ambulante. A los nobles, les encantaba ver como esos seres sin magia hacían acrobacias creyendo que era algo increíble, humillarlos sin matarlos tras la actuación era todo un arte valorado en casi todas las cortes.
Geró junto una marea de esclavos a medida que iba de una ciudad a otra, y en poco tiempo su fanatismo en busca de la libertad les permitió huir de sus amos, aun cuando amigos y familiares morían a causa de la magia y otros poderes que manejaban los nobles. De eso hacía seis años, y nadie que tuviera constancia del hecho dudaba que alguna facción hubiera jugado cartas a favor de los humanos, la desconfianza entre los nobles era lo que les impedía atacar a esta colmena de Estériles, que no se habían organizado mal en ese tiempo.
-¡Yumen! Bienvenido.- Su voz era alegre y profunda. Lo primero sorprendió al recién llegado, acostumbrado al talante taciturno del humano.- Estábamos haciendo tiempo para que llegases. Ahora mismo nos servirán la cena. Algo exigua, puesto que las cosechas no están yendo muy bien, pero espero que sea de vuestro agrado.
-No se preocupe Mayor, he cenado antes con una visita.- Nilia se sonrojo ligeramente pero recuperó la compostura.- ¿Puedo preguntar para que nos ha convocado?
-Por supuesto, mi muy querido Yumen. Verás, gracias a todos los pactos que hemos hecho a lo largo de estos seis años, hemos recibido mucho apoyo en ciertos proyectos que siempre tuvimos en mente. Nuestro amigo Rhemus nos ha proporcionado materiales y técnicas con las que nunca habríamos ni soñado, y Nilia accedió a proporcionarnos tutelaje.
-¿Tutelaje?-inquirió el recién llegado enarcando una ceja.
-En la magia, por supuesto.

            La sorpresa del Silve fue tal que le resultó imposible que su cara no lo reflejara

            -No pretendo ofenderle, Mayor, pero, no es… ¿inútil? Que los humanos aprendan términos sobre la magia, me refiero.
           
            Por la cara del resto de invitados, quedaba patente que opinaban lo mismo, aunque con matices diferentes, los enanos no confiaban en la magia y la elfa reflejaba en su rostro que lo consideraba un esfuerzo inútil.
            Antes de que Garó respondiera, Nilia se adelantó.
-Además existen problemas más urgentes. Según mis cálculos se abrirá una Fisura ésta misma noche, a menos de dos kilómetros de aquí. Y aunque no falta mucho, el Mayor ha decidido omitir mi consejo respecto a desplegar las tropas y alarmar a la población
-Precisamente por eso les he hecho llamar-respondió el humano pausadamente.- Tráiganme el artefacto.-Solicitó a uno de los sirvientes.

En una bandeja de plata, descubierta, acercaron al Mayor un guantelete. Las bandas metálicas entretejidas tenían grabados complejos símbolos en toda su superficie. El metal brillaba recién pulido, mientras que las figuras eran de un insondable negro. El humano, se acerco a la pieza de armadura, introdujo el brazo y se lo ajusto, ante la atónita mirada del resto de los invitados. Con un gesto ordeno a los siervos abrir los ventanales. Se acercó a la balconada, contempló la ciudad, su ciudad.  Fuera de la ciudad se origino la Fisura, una grieta en medio de la nada, una boca de negrura por la que engendros portadores de la destrucción eran regurgitados al mundo del orden. Los gritos se extendieron por Amreil, así como el pánico. Garó extendió su mano al frente, y las bandas del artefacto comenzaron a deslizarse sobre su piel, la energía presente en el ambiente crepitó y se concentró en torno a él.
-No es posible.-musitó Nilia en tono bajo

Garó cerró la mano, y de ella, un haz de luz, tan intenso como los del sol del mediodía surgió en dirección a los engendros. Como unas tijeras cortan la tela, así fue el rayo para la oscuridad de la noche. Como un papel en la lumbre, se deshicieron en volutas los engendros que habían sido alumbrados al mundo. Como un ojo deslumbrado, se cerró la Fisura.

El Mayor se giró hacia sus invitados. El movimiento del metal sobre su piel le había desgarrado y la sangre de sus heridas fluía lentamente entre las fisuras del guantelete. El olor de la carne quemada, inundaba el ambiente.
-Señores, señorita, tengo el placer de anunciarles que al fin, los humanos hemos accedido a la magia.

Con estas palabras y el artefacto aún ajustado a su brazo subió a sus dependencias dejando a los tres embajadores con sus pensamientos. Yumen percibió como la atmosfera del lugar era ahora seca y áspera, lo que contrastaba con los vítores que se sucedían en el exterior. En su fuero interno dudaba, con el artefacto de Garó muchas cosas podrían cambiar, tal vez demasiadas.

Atha se encontraba en la cama, con el ajuar que había comprado esa misma tarde desplegado por la habitación. Delante del espejo se probaba los diferentes conjuntos en busca de aquél que le resultase más favorecedor. Cuando llevaba puesto un vestido tinto noto el cambio en el aire. La magia fluía y el aire se estremecía, hasta el más torpe de los iniciados sabría que eso indicaba la presencia de una Fisura, se asomó por la ventana, y vio el haz que desgarró la oscuridad de la noche. Contemplo los efectos devastadores del conjuro. La elfa no podía tener poder suficiente para realizar esa proeza, entonces, ¿Quién? La respuesta llegó con el retorno de Yumen. Los humanos se alzarían contra los Nobles ahora que podían igualar su capacidad.
-Partiré mañana para informar al Consejo-Comentó Atha.- Tus nuevas órdenes son, vigila al humano, gánate su confianza, no lo seduzcas. Tu mayor prioridad es liderar los apoyos con los que cuente Garó.
-No comprendo, ama.
-Si los elfos y los enanos, y otros aliados que surjan de aquí en adelante, no apoyan directamente al Mayor, si no que buscan tu guía para escoger sus apoyos, en cualquier momento podremos cambiar el bando al que apoyar.
-Eso no es, ¿poco honorable?
-Nuestra especie y nuestra supervivencia es la prioridad.- respondió implícitamente la Silve
-Sí, ama.

Atha pensaba que Yumen jamás comprendería todas las implicaciones del progreso de los humanos, pero conllevaban una guerra tarde o temprano. Por otro lado Yumen sonreía para sí. Por supuesto que los Silves debían sobrevivir, pero no significaba que las cosas debieran mantenerse como hasta ahora.


Prólogo


Prólogo

-Hubo un tiempo en el que solo existían las sombras, donde nada estaba definido y nada era fijo, todo era inconstante y voluble.

Lo material y lo efímero, estaban mezclados en una estática vorágine, ordenada por la carencia de otra posibilidad. De este contraste nacieron las dos mayores fuerzas, la Madre, que se encontraba en el centro del huracán y permitió a parte de las sombras aposentarse y cambiar.

Por otro lado los vientos del desorden tomaron la forma del Padre, que mordía las formas de la Madre, lanzando elementos a la espiral, y regurgitando otros sobre ella, forzando a algunas de las sombras a cambiar.

Pero llegó el momento en que algunas, pero no todas las sombras, se separaron ligeramente, y por un momento existió lo material y lo efímero por separado. Aún así, en el límite entre ambas existencias, entre la luz y la oscuridad, en el más delgado de los límites, seguían siendo, en esencia, sombras.

Como una mecha prendida se extendió la segregación, algunas sombras rechazaron su parte oscura, y aceptaron la luz de las que otras se desprendieron a favor de la oscuridad. Pero eso no evitó que algunas permanecieran en su estado primordial. De este evento, y de la santa carne de la Madre y de la tóxica sangre del Padre, nacieron las tres diosas que hacen que el mundo gire, y que trajeron a las tres primeras especies a la tierra.

            Luminatea, la más cercana a la parte efímera de la Madre y la menos afectada por la sangre del Padre, mantiene firme los principios del orden y la evolución. Por otro lado Aclua la más cercana al Padre, que sacrificó su santidad a favor de sus hermanas se entregaba a los placeres que se pueden obtener en la oscuridad y en el momento.

Sus incompatibles esencias ambas apreciaron rápidamente la existencia de Escia, pues en ella se encontraba el equilibrio de ambas, de la Madre y del Padre.
           
Por petición de las sombras que en su momento dieron vida a sus progenitores, ellas les moldearon y dieron cuerpo, y separaron lo material de su parte efímera, para que ambas existieran, sin estar separadas, pero sin estar mezcladas por ello. Cada una les dio los rasgos y bendiciones que creyó oportunas, pero cuando fueron a habitar la tierra que solo estaba compuesta de oscuridad, luz y sombras, descubrieron que sus cuerpos, demasiado pesados, caían en la combinación de un mundo compuesto a partes iguales por lo que existe y lo que no.

Por ello, las diosas, con una parte del poder de cada una crearon a Gea, que por el día sería vigilada por el sol, en el que habita Luminatea, las noches pertenecerían a Aclua y entre las vigías de estas Escia realizaría su labor de guarda.

Las primeras razas pudieron habitar el mundo, pues Gea era generosa, y tenían la luz para no perderse, las noches para liberarse de las ataduras del día y las sombras para aquel que las buscara. Algunos de los primeros seres se compadecieron de Gea, pues era la única diosa sin hijos, y aún así cuidaba de todos ellos, por lo que algunos se consagraron a ella, y las diosas le permitieron moldearlos como considerara oportuno.

Pasado un tiempo, los habitantes, y la propia Gea, suplicaron a las diosas,  que trajeran algo que diera calor.
Luminatea, la que escucha siempre con más claridad las oraciones  tomo de su propio cuerpo la carne y la sangre para crear a Piros, su hijo, que le abrazo con intensidad y desde entonces el sol arde.
 Aclua y Escia indignadas por ésta manera de desequilibrar la balanza entre las tres fuerzas tomaron como decisión extraer de Gea la luz, y dejar en su esencia solo oscuridad. Es por eso que en las cavernas no hay luz alguna.
Piros con su fuerza constante comenzó a causar dolor a Gea, en su piel se abrieron heridas, por las que la hirviente sangre brotaba.
Ante el dolor de su hija, Aclua creó de su sangre y su carne a Hidros que cubrió las heridas de su hermana y las curó.
Luminatea al ver que su hijo no solo dañaba a Gea, si no también a los hijos de las diosas, creó con su cabello y su carne a Aeran, la doncella que extendió un velo entre los hijos y Piros de manera que nunca más les quemase.

Con el paso del tiempo cada uno de ellos trajo a su propia especie, pero lo que ocurre con la parte efímera de cada uno de nosotros es que genera las emociones que mueven nuestro caparazón material, y esas emociones trajeron guerras y combates. Por que en todos nosotros sigue habiendo una pequeña fracción de la sangre del Padre.
Así como ocurre con nosotros ocurre con los dioses, que entre ellos también se enzarzan en batallas. Esas guerras han traído magníficos eventos al mundo, y las relaciones entre las especies han hecho que las sangres se mezclen alumbrando nuevas razas. Es por eso, que en nuestra mente y sociedad debe existir la rectitud de la Madre, puesto que podemos observar que en todo lo demás existe la huella, a veces demasiado intensa, de la perversión del Padre.

















Padre Occel Xaus
            -Sermón
 
 


Presentación

Un blog sobre una novela fantástica.